Glosa de Rosario Zorraquín en miau miau

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Martes 15 de Abril 19 hs

A veces tengo la certeza de que hace años Rosario intenta pintar un cuadro que lo contenga todo.
La invención de un lenguaje no promete ningún resultado más allá del ejercicio de alcanzar un mayor conocimiento sobre el mundo. La búsqueda de dar forma a un conocimiento intangible que complete al tangible. Como el Nemebiax de Kacero o la glosolalia de Bonino.

Pero la pintura es diferente a la lengua escrita u oral. La lengua tiene un alfabeto, el alfabeto se combina en palabras y las palabras en sintaxis. Sí bien la pintura tiene a su propia historia por detrás, cada cuadro que aún no existe es un agujero negro sin reglas preconcebidas. Esta increíble potencia de lo pictórico se esfuma ante el primer contacto del material sobre el soporte. No obstante, existe como potencia previa y abstracta.

Para no caer en el agujero negro un pintor puede actuar bajo una lógica de identificación (con un lenguaje previo) y diferencia (corriendo a ese lenguaje con una invención propia). En su serie gris, de cuadros atmosféricos, Rosario contenía en un sola pintura todo este sistema de apropiación y desfasaje. Una pintura se montaba sobre la previa, la continuaba, la superaba, la corría, y una siguiente volvía a alzarse y contener a sus predecesoras. Un único plano pluridimensional como ilustración metonímica y personal del palimpsesto incestuoso y eterno de la historia de la
pintura. En Madame Dioz no eran la materia y el tiempo que se condensaban en un solo punto de devenir histórico, sino los compotentes narrativos quienes se superponían en un mismo plano temporal, desmembrando la idea de un ícono pictórico unívoco para que converjan varios signos en una misma representación. La misma pintura era espacio, fondo, figura, personaje, animal, planta.

Glosa podría considerarse un tercer capítulo dentro de esta pretensión quijotesca. La invención de un nuevo lenguaje tiene un halo sacro: Rosario es medium de su propio cosmos simbólico. Absorbe el mundo y lo regurgita de forma exhaustiva, casi febril, en criptogramas, jeroglífiicos, pictogramas, ideogramas, letras inventadas, dibujos y
sucedáneos. El mundo se transforma en un glosario interminable que da paso a la pintura.

A ese mundo invisible y más allá del plano físico, donde los caballos nunca se cansan.
La pintura es el momento de condensación, no necesariamente de síntesis. Cada pintura contiene el glosario completo. Son frenos, un momento de transmutación donde la semiosis infinita tiene su corte. Un momento pictórico epifánico, como llegar al nombre de dios o el número áureo. Este símbolo final es un anti-símbolo que contiene y destruye la glosa.

La máquina de glosar se transformó en máquina de pintar. La pintura no es luz sino encandilamiento. Ya no hay grafía porque no hay bordes. Esa es la nueva glosa, la llegada al conocimiento intangible con completa al tangible.

Me gustan los artistas pretenciosos. Sobre todo cuando la representación está a la altura de la pretensión, cuando se forman equivalentes.

Creer en querer contar un secreto de abeja.
No seamos albañiles que guardan celosamente los secretos de su profesión.
Fundemos una sociedad secreta con el universo como único miembro.
Me gusta tener miedo de tu salvajismo, cuando podés llegar a ser un poco torpe.
Solo tenemos que hablar y ser lo más esponja que se pueda ser.
Javier Villa 2014


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Libros lentos sobre arte argentino. Editores: Santiago Villanueva y Nicolás Cuello.
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